miércoles, 4 de marzo de 2015

Satisfacción personal

Cuando nos preguntan cómo estamos, solemos responder con un automático "bien" sin detenernos a evaluar nuestro estado anímico, autoestima o felicidad. Solemos encasillarnos en nuestro rol para dar esa respuesta: "el trabajo estable, gracias"... "espléndido, ya mero me titulo"... "no podría estar más content@, mis hijos están creciendo y sanos". Y cuando estamos solos, acallamos esa duda con la inacabable saturación informativa y sensitiva del día a día: demasiados estímulos audiovisuales en el entorno de la era que nos tocó vivir. Qué difícil es lograr la verdadera satisfacción personal. Porque ni siquiera logramos identificar cuál es. Un claro ejemplo es cuando experimentamos depresión. Nos sentimos abatidos, insatisfechos, queremos cambiar algo pero no sabemos a ciencia cierta qué es. ¿Mi empleo no me apasiona?, ¿será entonces que equivoqué la vocación o sólo me siento estancado?, ¿es porque gano bien pero no me queda tiempo libre?... ¿Qué tal si mi vida profesional no es la que afecta a la personal y tengo que hallar el verdadero problema?, ¿quizás algo anda mal en mi vida de pareja?, ¿será la titánica tarea de intentar ser un buen padre/madre?, ¿hay deseos sexuales que me reprimo? ¿Y si es algo en MÍ? La vida es un constante autodescubrimiento y ya muchos filósofos nos han aconsejado mirar hacia adentro antes de querer modificar alguna situación externa, y admirarnos de nuestro propio poder antes de contemplar las maravillas del mundo. Odiseo, según algunas interpretaciones, en realidad nunca salió de su hogar y su viaje fue interno, una batalla contra sus miedos, vicios y debilidades, y sólo después de encontrarse a sí mismo redescubrió el verdadero amor que lo unía a Penélope, la verdadera sabiduría para reinar, la verdadera paz y satisfacción. Cuando se nos enseña a amar nuestros hobbies, el equipo de fútbol por el que moriríamos o la estrella pop que adoramos, nos olvidamos de amarnos a nosotros mismos. Las novelas, escritas o televisadas, nos enseñan a amar a otra persona "más que a la vida misma". Ponemos todas nuestras energías y pensamientos en amar cosas, personas o situaciones ajenas. Incluso creemos que amar nuestros recuerdos es amar a nuestro ser, pero esa persona que fuiste ya no es; sus triunfos, su belleza, su carácter, sus momentos felices, quedaron fosilizados en tu mente pero tu ser evolucionó, regeneró sus células (cada siete años somos otros). Puede ser que odies tu pasado pero ames tu presente y eso está bien, pero también tienes que perdonarte y olvidar, seguir adelante. Leamos más, pero no las novelas de vampiros de moda. Vayamos a misa si somos creyentes o meditemos en flor de loto si somos más new age, mas no nos fanaticemos. Demos gusto a los sentidos sin perdernos en el hedonismo y el aprecio por las artes nos acerca a lo sublime. Escribamos nuestros pensamientos sin necesidad de que todos nuestros contactos del Facebook sepan a qué hora vamos al baño. Es decir, alimentemos el espíritu, pero no nos enajenemos. Amar nuestro cuerpo pero no nuestro espíritu es obviamente un error pero pocos nos damos cuenta que lo contrario tampoco debe ser. Hay que amar a nuestras almas y aceptar nuestros cuerpos, aunque no sólo es cosa de alejar complejos sino de cuidar ese templo. Si realmente decimos amarnos, entonces dejemos de dañarnos con una alimentación pésima y comenzar a nutrir no sólo todo nuestro organismo, es decir incluyendo el cerebro (con nueces por ejemplo). Dejemos de atrofiar nuestros músculos y articulaciones, que será más divertido salir a caminar que pasar ociosos momentos sedentarios con videojuegos. Yo no lo hago, así que por algo debo empezar. Y como los cambios en la vida nos pesan, o mejor dicho el pensar en ellos, hay que ir poco a poco. Así que existe un pequeño detalle por el que quiero comenzar, el cual desde hace tiempo me ronda por la cabeza después de ver por aquí y por allá blogs que hablan sobre los beneficios. Me refiero a dejar de usar champú para no meter químicos al cuero cabelludo. Y es que como a cada rato salen artículos de divulgación científica sobre nuevos descubrimientos, en una de ésas pueden informar que estamos consumiendo nuestra capacidad cerebral o que nos va a dar cáncer en la caspa o qué sé yo, así que siempre "menos químicos" suena bien. Eso sí, tampoco soy de la idea de que todo debe ser orgánico y de que cualquier cosa creada en laboratorio es, por definición, dañino. Más que nada, quiero dejar de sentir mi cabello medio muerto y volver a esa sensación de movimiento y libertad de cuando iba en el kínder y sólo me peinaban con limón. Recuerdo esa sensación y hace décadas que no ha vuelto. Así como hace falta respirar aire puro de montaña por lo menos un fin de semana al año, así quisiera que mi cabeza respire. Básicamente se trata de hacer lavados con bicarbonato y vinagre de manzana, no diarios, y no usar sprays o algún gel que echen a perder toda la intención. Aquí va la recetita, que encontré en Upsocl (la usuaria que da el testimonio es Katherine Martinko): Pongo 2 cucharadas de bicarbonato de sodio en un frasco de vidrio de 500 ml. Lleno el frasco con agua y agito para disolver el bicarbonato de sodio. Me lo hecho por la cabeza y froto el pelo. Enjuago. Pongo 2 cucharadas de vinagre de sidra de manzana en el mismo frasco. Agrego el agua, vierto encima de la cabeza, y enjuago casi de inmediato. Defenderé la aparente banalidad con que cierro este posteo asegurando que genuinamente creo en la efectividad de los "baby steps" como dicen los anglosajones. Cambiar es difícil, más que por la voluntad requerida como fuerza motriz, lo es por tener que mirarnos a un espejo y decir "no me gusta esto de mí". Por mí misma, no porque las revistas de moda dicen que debo lucir de tal manera o porque ahora todos dicen que necesito adquirir "empoderamiento" para ser triunfadora. Cambiar es alejar el orgullo, el ego, el rencor o cualquier atadura que nos impide ser felices, y a veces es tan sobrecogedor el panorama que debemos comenzar por hacer algo pequeño que nos haga sentir mejor, y creo que lo ideal es que nos haga sentir físicamente mejor, que mejore en algo nuestra salud. Otro babystep que incorporaré será caminar para relajar los músculos luego de largas jornadas ante la computadora. Con el tiempo, tal vez esa caminata evolucione en ejercicio (es que lo odio con odio jarocho), pero no me angustiaré con anticipación, tiene que darse de forma fluida y natural.

martes, 3 de marzo de 2015

Del feminismo y otros demonios

Escribo estas líneas para tratar de purgar, en el sentido de purificar, no de padecer las penas del purgatorio (http://lema.rae.es/drae/?val=purgar), mi alma del sufrimiento por las hermanas del mundo víctimas del patriarcado histórico. En unos días, el planeta entero –o casi– estará celebrando a todas las féminas “por su día”. Mucha tinta virtual se ha vertido ya para aclarar que no se trata de un festejo sino de una conmemoración, que no se aprecia la condición genética de haber tenido la suerte de ser mujer (tan bello ser de la Creación que merece todos los himnos y odas y poemas) sino que se trata de recordar a quienes comenzaron a labrar el camino hacia la equidad muchas veces dando su vida (literalmente) en ello. Es un homenaje, pues, a las heroínas famosas o anónimas que nos precedieron en la lucha por el cambio de paradigmas. Sería absurdo no estar a favor de esta postura, casi tan absurdo como que hayan defenestrado el Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, inventando ahora un Día Internacional del Hombre, 19 de noviembre. ¿No entienden, personas que idearon este último –¿sería una mujer acaso?– , que ahí se pierde toda la intención?, ¿que de nada sirve entonces el ideal de sembrar en cada consciencia, masculina o femenina, sobre una sociedad justa e igualitaria? Muchos dicen que el término “feminismo” perpetúa todo lo que está mal en el machismo y que el concepto que buscamos debería ser “humanismo” o “igualitarismo”, como dijo la pequeña filósofa… no Mafalda, Lisa Simpson. Y es que la palabra “feminista” tiene una connotación negativa para los oídos inexpertos, tildando burlonamente de “feminazi” a toda mujer que escribe, piensa, plantea, pugna por igualdad. Igualdad, no superioridad. Quienes se hayan acercado más a blogs y foros sobre el tema saben que el machista tiene su contraparte en una hembrista, no en una feminista. Hembrista es como se dice ahora a la extrema que genuinamente cree en la superioridad sobre el género opuesto y cuyas acciones son igual de absurdas que las del hombre más misógino. O la mujer más misógina, pues también las hay, así como también existen varones feministas. A mí eso de buscar el término preciso para cada cosa me parece lo de menos, algo rebuscado. Sin embargo, he de admitir que me indigna el machismo del lenguaje; ya desde la secundaria peleaba con los maestros alegando “¡diga seres humanos, no hombres!”. Esta temprana molestia o más bien encabronamiento por pertenecer a la parte de la humanidad que va “englobada” en el todo, como cuando hay que hablar en masculino sólo por un hombre presente entre 200 mujeres, me hace comprender que el término feminismo es el correcto. Pero sobre todo, porque si el machismo ha sido el sistema operante por siglos o milenios (según cada cultura), entonces el feminismo, con todas sus definitorias letras dedicadas a la mujer, nació como un término urgente de darle su lugar al género olvidado, oprimido, rezagado, violentado. Muchos dirán, y me desespera eso, que sí, el feminismo fue un movimiento necesario hace décadas pero que ya se logró el triunfo, que hemos llegado a una situación de plena igualdad. Sujeto A exclama: “¿Qué más quieren? Tengo más compañeras de trabajo que colegas hombres; todas pueden graduarse de la universidad sin impedimentos, sólo a mi bisabuela no le permitieron educación porque no era cosa para señoritas decentes en ese entonces; los hombres ya ayudamos en casa y con los niños; ellas ya pueden ser dueñas de su propio dinero y tienen cargos de poder en los gobiernos y en instituciones privadas”. Todo eso es cierto. En su entorno, claro. Acá en el mundo “civilizado” de las ciudades en las naciones occidentales. Que se lo digan a las musulmanas lapidadas, a las africanas con el clítoris destrozado, a las mismas mexicanas secuestradas para el tráfico sexual en Ciudad Juárez. No... Que se lo digan simplemente a las habitantes de las sierras cercanas (a 20 minutos de los centros urbanos en cualquier autobús) que aún son vendidas por sus padres a cambio de bueyes, violadas sin la menor consecuencia legal, analfabetas porque sólo los hombres pueden ir a la escuela rural. Tampoco... Que se lo digan a las mujeres de la ciudad, de entre esas mismas compañeras de trabajo competitivas y libres, que secretamente pueden estar viviendo infiernos como lo dice la estadística (una de cada cinco mujeres es víctima de violencia intrafamiliar). Que esa misma afirmación de quienes no se explican que siga siendo necesario un movimiento feminista sea puesta en la balanza contra la frialdad de los datos duros. Que investigue, quien asegura todo eso, cuántas mujeres tienen cargos clave en el gobierno, cuántas son directivas o gerentes en empresas, si lo son ver de qué ramo, cuántas empleadas ganan menos que sus compañeros con el mismo nivel de responsabilidad y el mismo talento y experiencia y coeficiente intelectual. “Los hombres ya ayudamos en casa y con los niños” es un lugar común de equidad que muchas mujeres aplauden y vitorean. No comprendo por qué. ¿Es acaso el papel natural de la mujer vivir, como coloquialmente se dice, “chacheando”? Y si ambos aportan dinero a la casa y ambos llegan cansados del trabajo, ¿él sí puede acostarse en el sofá mientras su mujer cocina y recoge y plancha y ayuda con las tareas escolares y etcétera, como si ella fuera de Kryptón y no llegara igual de agotada? Ok, comprendo que la respuesta sería “pero entiende que ahora el hombre ya ayuda”. Ayuda raramente equitativa, he de señalar. Ayuda que no debería ser llamada “ayuda” sino simplemente “responsabilidad” igual que la de ella. Falta mucho para que el supuesto expresado por Sujeto A sea una plena realidad. Falta que los jefes tomen en cuenta lo que dice su subordinada en la junta de trabajo y no sólo escuche las opiniones de los hombres ni les encargue a ellos las tareas importantes mientras la fémina es comisionada a tareas de secretaria (que no es malo ser secretaria ni secretario, conste). Falta que los maridos compartan más tiempo con sus hijos y dejen de convivir “ratitos de calidad” con ellos para poder irse al boliche saliendo del trabajo mientras la mamá, aunque sea ama de casa, los cuida todo el día. Falta que las taxistas dejen de transitar sin subir un solo pasajero porque “las viejas no saben andar al volante”. Falta que en las zonas rurales los hombres ya no coman primero, tranquilitos en el comedor, mientras las mujeres se dejan al último y lo hacen de pie junto a la estufa, lejos de las pláticas importantes masculinas (quien no haya visto esto, no ha visitado jamás una comunidad). Falta que el mesero y el señor de la tienda dejen de dirigirse sólo al hombre cuando atiende a una pareja y le entregue el cambio a él aunque ella haya pagado. Falta que los hombres que acosan a las mujeres en las calles dejen de actuar como enajenados pervertidos. Falta que deje de haber jefes que pidan favores sexuales a cambio de promociones, hombres random que lo exijan a cambio de algún negocio o favor, dizque amigos que se aprovechen de la borrachera de una chica. Falta una buena legislación. Falta cambiar de fondo nuestra cultura. Falta que las mujeres dejen de pelear contra otras mujeres. Que las suegras dejen de ser las tapaderas de sus hijos y dejen de odiar a sus nueras. Que las mamás dejen de enseñar a sus casi bebés a chiflar y chulear y hacer ojitos y mandar besitos a las mujeres. Que las tías no vengan con el sermón de “soportar al marido que elegiste pase lo que pase” y el divorcio y la denuncia ante el MP cuando haya violencia sean elecciones naturales para la mujer, que se sienta apoyada y no criticada. Que las compañeras de trabajo dejen de pelear con uñas y dientes por ser la consentida y lograr el ascenso, sólo contra mujeres, difamándolas y sembrando intrigas en el camino. Que si una mujer tiene buen cuerpo, viste coqueta, es bonita, es inteligente, es exitosa, es libre y feliz, otras mujeres dejen de odiarla y dejen de inventar que se acostó con el jefe por el aumento o que es una zorra porque se le sabe de muchos pretendientes y novios. Que si otra mujer se metió con nuestros maridos, volteemos a ver al verdadero culpable, quien faltó a su promesa de lealtad y traicionó la confianza, no a la inescrupulosa destruyehogares (que sí hay también ambiciosas que buscan millonarios pero honestamente cuántas de nosotras tenemos un esposo rico para poder quejarnos precisamente de eso). Basta de machismo, empezando por las mismas mujeres. Basta de hembrismo también. Haber nacido mujeres “afortunadamente” es mirar con desprecio a los hombres y también a la parte masculina que habita en nosotras. Todos somos ying y yang, nosotras también tenemos testosterona. Ser mujer no es una ventaja, no es un paso evolutivo más, no es meritorio de esas odas y poemas. Somos personas, con diferencias de carácter, con fragilidades distintas, pero también pueden ser muy distintas las necesidades y las metas de una mujer comparada con otra y de un hombre con otro hombre. Nuestras diferencias son las que nos hacen individuos, lo que da riqueza a la especie humana. Basta de hembrismo absurdo, además. Los grupos feministas que promueven eliminar estereotipos y sometimientos del patriarcado pero que se van a marchas en tacones o desnudas sólo me hacen reír. Protagonizan escenas violentas tan fuera de lógica que parecieran infiltrados del PRI entre estudiantes de la UNAM. ¡Por favor! Las verdaderas feministas no deben caer en eso. Las verdaderas feministas impulsan una transformación profunda, con significado, en el día a día, contribuyendo con su ejemplo en el rol que ejerzan, sea chica o grande su área de influencia. Esos “micromachismos” cotidianos, que tal vez nosotras cometemos sin darnos cuenta, deben irse para nunca volver. Las verdaderas feministas y los verdaderos feministas no critican a Madonna por ser una anciana ridícula, pues ven en ella a una artista más, que puede o no gustarles, en vez de mirar a una mujer sin respeto por sí misma “a su edad”, a diferencia de un hombre lleno aún de energía sobre el escenario como Mick Jagger; los feministas saben que las canas respetables y la panza “de años” y las inevitables patas de gallo son exactamente lo mismo entre hombres y mujeres. Un verdadero feminista no va a juzgar a la mujer que no lleve maquillaje y vista fodonga (¡tenis y gorra, Dios, playera de algodón, qué soponcio!) pero tampoco a la que opta por un look… ¿qué, femenino, delicado, tal vez de zorra?... ¿otra vez los estereotipos? Las injusticias del mundo no son pocas y la abismal diferencia que persiste entre ambos géneros, las atrocidades cometidas por odios (igual que las muertes por racismo también hay asesinatos por discriminación femenina y entonces “feminicidio” sí es un término correcto) no es que espanten per se, lo que espanta es que nadie hace nada porque “son sólo mujeres” y así ha sido y así es. Mi intención, y supongo que la de las personas feministas que conozco, no es cambiar al mundo, o al menos no de la noche a la mañana. Con una firma en change.org para salvar la vida de una musulmana condenada poco se puede lograr. Consternarnos por todos estos problemas podría no llevarnos a nada. Actuar, sólo en nuestro ámbito de influencia y sin lograr nada macro, puede ser frustrante. Pero vivir en la negación de lo que ocurre tampoco ayuda. Y nuestra gota de agua puede eventualmente destruir la roca. Todo esto se lo dije a un amigo. Un amigo que no es machista, que es muy inteligente y respeta la inteligencia de las mujeres y con quien he tenido otros debates sabrosos e interesantes. En este tema no nos podemos poner de acuerdo. Es un hombre que ha impulsado mi crecimiento espiritual, laboral, que ha buscado por todos los medios que me dé cuenta de mi poder para tomar control de mi vida, que me ha aconsejado alejarme de relaciones insanas y sacar de mi vida a quienes no me valoran. Y me jala las orejas cuando mis impulsos y mi corazón y mi necedad me llevan por otros rumbos, pero al final quiere que sea yo y sólo yo quien despierte de los distintos letargos que me han atado. Se preocupa por mi bienestar y me quiere. Pero me aconseja alejarme de las tonterías feministas en que ocupo mis pensamientos y energías. Tengo mucho que aprender del mundo y de la vida. De mi interior. Del todo que nos une. “El universo es depredador”, me dice, “y femenino”. Sea lo que sea que signifique este enigma, voy a aquietar mi mente, eliminar los ruidos sociales, buscar a mi yo real y tratar de trascender. No es darme por vencida, no es bajar la guardia, no es abandonar a mis hermanas víctimas del patriarcado histórico. Es tratar de abrazar con el alma la comprensión infinita del ser, más allá de juicios y de papeles asignados. Será tan difícil, que me deseo yo misma: suerte.